Diferentes científicos han podido demostrar que el cerebro del hombre destaca más en memorización, resolución de problemas matemáticos, geometría, agresividad… mientras que el cerebro de la mujer destaca la fluidez verbal, en sensibilidad y sobretodo en la capacidad de entender las emociones ajenas, es decir, en su capacidad para empatizar. De esta forma, el cerebro femenino es mejor para empatizar mientras que el masculino lo es para analizar, explorar y sistematizar.
Históricamente se ha asociado el liderazgo con características más asociadas al hombre: logro de objetivos, jerarquía, organizaciones piramidales, capacidad de influencia… Cuando alguien pensaba en liderazgo solía pensar más en grandes líderes hombres que mujeres. Pero esta visión está cambiando radicalmente los últimos años. A medida en que la mujer se ha ido incorporando progresivamente al mundo laboral en general y a los cargos directivos en particular (donde todavía queda mucho camino por recorrer), el entorno directivo y de liderazgo ha ido cambiando. Inicialmente, la mayoría de mujeres que ostentaban cargos de alta responsabilidad, intentaban cambiar, comportarse de una forma más masculina (jerárquica, autoritaria…) para ser admitidas y reconocidas dentro de su entorno. La ex-premier británica Margaret Thatcher podría ser un buen ejemplo.
No obstante, la situación ha cambiado bastante. Los seguidores, las empresas y la sociedad de hoy en día, cada vez necesitan valores más soft como la empatía, las relaciones, la estima y rehúyen de valores más hard como la jerarquía, la imposición, el control… En este contexto, el liderazgo femenino es realmente esencial. De hecho, diferentes estudios (entre los que destacan los de Sally Helgsen y los de Alicia E. Kaufman) constatan que las mujeres tienen una forma diferente de ejercer el liderazgo. La mujer suele ser más dialogante, se apoya más en el consenso, está más centrada en los vínculos afectivos, es mucho menos jerárquica, más abierta y sobretodo, mucho más centrada en la persona. Además, las mujeres suelen ser más flexibles, comunicativas y persuasivas. En definitiva, las mujeres suelen utilizar un estilo de liderazgo mucho más democrático, participativo, personal y empático.
Y creo precisamente, que en un entorno como el actual, estas características que podemos considerar como “femeninas” son más necesarias que nunca. De hecho, nunca he sido partidario de seleccionar directivos por su sexo, edad o raza y tampoco me ha gustado nunca establecer cuotas que garanticen el equilibrio entre hombres y mujeres. Debemos apostar por el talante y por el talento y estos 2 conceptos no entienden de sexo. Lo que sí tengo claro, no obstante, es que debemos apostar clara y decididamente por lo que podemos llamar como liderazgo femenino, y cuando digo liderazgo femenino no me refiero únicamente al liderazgo desarrollado por mujeres; me refiero al liderazgo realizado por personas (hombres y mujeres) con valores y estilos más asociados al sexo femenino como el trato humano, las emociones, la empatía y la sensibilidad.
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