Por:
UNICEF
Adolescencia.
Una
etapa fundamental para alimentar su potencial.
La
adolescencia es una de las fases de la vida más fascinantes y quizás más
complejas, una época en que la gente joven asume nuevas responsabilidades y
experimenta una nueva sensación de independencia. Los jóvenes buscan su
identidad, aprenden a poner en práctica valores aprendidos en su primera
infancia y a desarrollar habilidades que les permitirán convertirse en adultos
atentos y responsables. Cuando los adolescentes reciben el apoyo y el aliento
de los adultos, se desarrollan de formas inimaginables, convirtiéndose en
miembros plenos de sus familias y comunidades y dispuestos a contribuir. Llenos
de energía, curiosidad y de un espíritu que no se extingue fácilmente, los jóvenes
tienen en sus manos la capacidad de cambiar los modelos de conducta sociales
negativos y romper con el ciclo de la violencia y la discriminación que se
transmite de generación en generación. Con su creatividad, energía y
entusiasmo, los jóvenes pueden cambiar el mundo de forma impresionante,
logrando que sea un lugar mejor, no sólo para ellos mismos sino también para
todos.
A
medida que salen al mundo, los adolescentes adoptan nuevas responsabilidades,
experimentan nuevas formas de hacer las cosas y reclaman con impaciencia su independencia.
Comienzan a cuestionarse a sí mismos y a los demás, y a advertir las
complejidades y los matices de la vida. También empiezan a pensar sobre
conceptos como la verdad y la justicia. Los valores y conocimientos que adquieren
con los años les beneficiarán inmediatamente y a lo largo de sus vidas.
Al
ver cómo su mundo pierde seguridad, coherencia y estructuras, los adolescentes
se ven abocados con demasiada frecuencia a hacer elecciones difíciles, casi
siempre sin nadie que los ayude. El
proverbio swahili “Un hijo será lo que se le ha enseñado” ilustra cuánto
aprenden los jóvenes de los ejemplos que les dan las personas que hay a su
alrededor.
Los
adolescentes están tomando decisiones que tienen consecuencias permanentes, sin
orientación o apoyo de los adultos, y sin disponer de los conocimientos y las
informaciones que les permitan protegerse a sí mismos.
“Una sociedad
que se aísla de sus jóvenes, corta sus amarras: está condenada a desangrarse”,
dijo Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas. Cuando se protege a los
adolescentes, su fuerza, su creatividad y su pasión pueden transformarse en
esperanza, incluso en las situaciones más desesperadas. El mundo no resolverá
sus problemas hasta que aprenda a escuchar mejor lo que los jóvenes tienen que
decir y luego colabore con ellos para hacer realidad el cambio necesario.
Los
progenitores son un elemento esencial en la tarea de proporcionar apoyo y
orientación a los jóvenes; los individuos, los miembros de las familias
ampliadas y las escuelas desempeñan todos ellos también una función
fundamental. Numerosos estudios han demostrado que la forma en que los
adolescentes conectan con su mundo social influye en su salud y desarrollo y
les protege frente a conductas de alto riesgo. Al establecer lazos coherentes,
positivos y emocionales con adultos responsables, los jóvenes pueden sentirse
seguros y a salvo, y obtener la resistencia que les permita confrontar y
resolver los problemas que les depare la vida.
Cuando
los adolescentes tienen relaciones estrechas con personas con las que pueden
contar, ganan más confianza en sí mismos. Cuando sienten que forman parte de un
grupo, tienen más posibilidades de beneficiarse de otros “factores de
protección” que pueden ayudarles a crear estrategias para la resolución de
problemas y a desarrollar una autoestima positiva.