Por: Vianney Vallenilla
Las palabras, no son buenas ni malas sólo son palabras. Hablando de este tema nos encontramos con algunos vocablos que están muy de moda y en boga, al ocupar varias líneas en las páginas de libros de crecimiento personal, auto ayuda o liderazgo, y son casi frases hechas, de conferencistas y oradores.
Se trata de las expresiones éxito, excelencia, fracaso, las dos primeras con mucho talante y prestigio, la tercera, es decir, la denominada fracaso, no tan apreciada. En ese sentido, se habla de líderes de excelencia, ejecutivos de éxitos y, por supuesto, aquellas personas que, al no reunir ciertas características o indicadores de logros, voluntariamente, han entrado en las filas de los llamados fracasados, y digo voluntariamente, porque nadie tiene el poder para disminuirme, para descalificarme, y sacarme del juego.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española Fracaso significa, entre otras acepciones, “caída o ruina de una cosa, con estrépito y rompimiento” (alguien lo provocó), “suceso lastimoso y funesto” (alguien lo generó) “resultado adverso de una empresa o negocio” (Esa no era la manera o el camino). Y Fracasado, “Dícese de una persona desconceptuada a causa de los fracasos padecidos en sus intentos o aspiraciones”. Como puede comprenderse, el llamado fracaso es el resultado de una gestión de alguien o de algo.
Cual será entonces la diferencia entre:
Los que llegaron y los que se quedaron, en el pie de la montana
Quienes se levantaron, y los que se mantuvieron en el piso.
Quienes repitieron una y otra vez, una actividad, hasta lograr los resultados, y los que se cansaron y desistieron, ante el primer obstáculo.
Aquellos que tuvieron confianza en sus destrezas, conocimientos y habilidades, y los que pensaron que las oportunidades ya habían pasado para ellos.
Las personas que tienen fuerza de voluntad y se arriesgan por sus objetivos, y aquellas que creen que la mala suerte los acompaña.
Los seres que cuando abren una puerta y ésta no es la correcta, se dicen a sí mismos: aprendimos, que esta puerta no es, y aquellos, que cuando abren la puerta errada, dicen: perdimos.
Quienes asumen sus responsabilidades, a pesar de las circunstancia, y los que culpan a las circunstancia, de sus errores.
Pues si, ante este patético e irrefutable panorama, se puede afirmar que no existen los fracasos, sino los fracasados, los que usando su libre albedrío, prefieren la comodidad, la desidia, el no atreverse, el dejar que las cosas sucedan, y al final son victimas de ellos mismo, pues como seres humanos todos tenemos, si no las mismas condiciones culturales, económicas o sociales, sí poseemos eso que se llama pasión, motivación, resistencia, cualidades básicas, fuerza interna que Dios colocó en cada uno de sus hijos, para que saliera adelante y afrontara los retos que se le presenten.
Es cierto, que los obstáculos se magnifican cuando les tememos, y se desintegran cuando nos plantamos, con energía, frente a ellos, pero esto se da si tenemos fe, cuando reconocemos nuestras capacidades y aceptamos, que sí podemos lograrlo, que aquello que cuesta grandes esfuerzos, también proporciona grandes satisfacciones, debido a que la fe le inyecta un inmenso poder que hace que nos mantengamos de pie, aunque el camino sea escabros y lo tengamos que recorrer una y mil veces. Pensemos que si estamos pasando por alguna circunstancia adversa, es porque la podemos solventar. Aquel que piense que nada tiene, atrévase, porque no se puede perder lo que no se tiene. Juegue a ganar, apueste al éxito.
Busque, solucione, no se regodee en las causas, ni en lamentaciones. Enfóquese en la salida, rodee al problema, él viene con su propia solución en la mochila, no se dé por vencido, cambie las autoverbalizaciones de pérdida, por convicciones de ganancias, de logros. Usted atrae lo que piensa, lo que desea, por ello invoque la ley de los resultados positivos y verá como las oportunidades lo abordan, pasan a su alrededor como pececitos de colores. Usted decide pescar o sentarse a contemplar, tranquilamente, a ver a los demás pescando, para luego decir: ¿por qué no lo logré?