Por Enric Segarra
De un tiempo a esta parte, el liderazgo está siendo objeto de continuo análisis, concienzudo debate y actuando como seguro reclamo para gran número de seminarios, cursos y conferencias. Parece como que, de pronto, a todos, nos ha dado por entender que es lo que hay detrás del liderazgo, en general, y de la figura del líder, en particular. Y seguramente, tal interés, aumenta en la medida en que se hace patente que, en términos generales, andamos escasos de líderes…a pesar de estar rodeados de gente que dice mandar.
No escapa a ello el mundo de los negocios, donde las empresas buscan con anhelo esas rara avis, de firmes convicciones y “aguda visión”, capaces de tomar decisiones comprometidas, que puedan conducirlas hacia el éxito. No sólo las compañías intentan encontrarlos, también la sociedad civil, y el mundo político en general andan en lo mismo. La pregunta es: ¿por qué cuesta tanto encontrar a personas que puedan y quieran asumir el liderazgo?
Antes de dar respuesta a tal pregunta, permítanme enumerar algunos de los rasgos que en mi opinión caracterizan al líder.
Para mí, el líder es una persona íntegra que, teniendo ideales, los persigue con tenacidad y convencimiento. Solo podrá ser considerado como tal (como un líder), cuando esos ideales generen en otros, entusiasmo y adhesión. Es entonces cuando empezamos a hablar de liderazgo. Alcanzar esa meta, ese buen fin, ese nuevo estado, implicará, de entrada, un cuestionar el statu quo, para de inmediato, proponer un cambio. El líder debe ser atrevido, pues va a cuestionar y desafiar al establishmnet. Y no basta con ser crítico, debe tener un plan para llevarnos al estado deseado.
No hay razón que impulse al cambio, si no se dan dos circunstancias: uno, insatisfacción con la situación actual; y dos, creencia en que algo distinto, mejor, es posible.
Capacidad de crear una visión que nos enganche, inquietud por alcanzar un estado mejor -distinto al menos- , preparación para discernir científicamente y emocionalmente cuál de los múltiples caminos posibles es el que hay que tomar, y perseverancia en la actuación (trabajo, en una palabra) van a ser algunas de las cosas que caracterizarán al líder.
Si estamos más o menos de acuerdo con eso, no nos será difícil encontrar una posible explicación al hecho al que anteriormente me refería cuando decía que andábamos escasos de líderes y no creo que sea por falta precisamente de preparación o conocimiento. Hoy en día vivimos instalados en la sociedad de la abundancia -al menos en la mayoría de los países occidentales- en la que valores tales como el esfuerzo y el trabajo son erróneamente percibidos como propios de tiempos pasados. En un sistema donde la obtención de bienes materiales parece ser la principal medida del éxito y estructurado de manera tal que, sin demasiado esfuerzo se nos permite alcanzarlos, (a través muchas veces de una ilusión monetaria que toma forma de empréstito y que nos compromete para un gran número de años), resulta extremadamente difícil que alguien tome demasiados riesgos para cambiar nada, una vez se instala en ese estado de confort que nos proporcionan precisamente esos bienes de los que estábamos hablando.
El precio que puede que uno deba pagar si se equivoca, al probar -al aventurarse a ir más allá del camino marcado-, al perseguir su causa, es la pérdida de credibilidad frente a los demás e, incluso, en algunos casos, la exclusión del sistema. El miedo al fracaso, por todo lo que implica –llegar a perder todo lo material y la vergüenza que ello supondría- nos paraliza y así, difícilmente acabamos haciendo nada más allá de lo bien visto y, por tanto,… previsto. En un contexto como este, pocos van a ser los que arriesguen, y si nadie lo hace, la mayor de las amenazas que se cierne sobre nosotros es el quedarnos ahí, viendo la vida pasar…
Es precisamente el saber que si no hacemos nada no llegaremos a ninguna parte, lo que empuja a las empresas y a la sociedad en general a querer entender que es lo que hay que hacer para fomentar el liderazgo, conscientes de la dependencia que tienen de él para crear un futuro mejor. Pero casi a la par, ese comportamiento acomodaticio propio del que considera que ya hizo lo que tocaba, nos hace perder de vista esa necesidad de seguir avanzando, haciendo muy difícil el que nada cambie. El problema es que ese apego por lo que tenemos hoy, muy a menudo entra en conflicto con valores de otro tipo también arraigados en nuestro interior que, parecería, nos reclaman en dirección opuesta. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos hacemos más caso a los primeros que a los segundos. Las ganas de… se dejan para mejor ocasión.
El corto plazo se impone al largo. El disfrute de hoy, hipoteca el de mañana. Hay que ser muy valiente y creer mucho en lo que uno piensa y siente para ser capaz, llegado el caso, de renunciar a todo a lo que haga falta renunciar para primero, denunciar y después defender lo que uno cree. Solo una tremenda convicción hará que sea aceptable el correr el riesgo de llegar a perder lo de hoy, frente a la ilusión que genera el poder disfrutar de un mañana mejor.
Sólo inculcando valores, no nuevos, pero si un tanto olvidados hoy en día, como la integridad, la virtud, el estudio, el trabajo y el desapego a lo material, entre otros, empezaremos a poner la primera piedra de un proceso que, sin asegurar de antemano el resultado final, facilitará el advenimiento de personas con capacidad para liderar.
Si todos los que de algún modo u otro podemos considerarnos responsables del tipo de sociedad en que vivimos: políticos, directivos, profesores, padres etc., “seguimos haciendo lo que siempre hemos hecho de la manera que siempre lo hemos hecho”, nada cambiará; y sí, podremos seguir instalados por un tiempo en la ilusión del bienestar actual, pero a nadie se le escapa que, tarde o temprano, esto se acabará. El mirar hacia otro lado, eludiendo la responsabilidad, no es ya, una opción que podamos aceptar tomar.