Por: Diego Larrea Buchi
La mayoría de
nosotros asociamos la palabra “líder” con personalidades y estereotipos tales
como carisma, dinamismo, motivación y fortaleza. No hay nada de malo en estas
definiciones, aunque son incompletas.
Entre la
interconexión tecnológica y la presión social, el mundo ha cambiado mucho más
rápido de lo que nosotros hemos sido capaces de adaptarnos. Se ha vuelto
profunda e irreversiblemente interdependiente. Para adaptarnos de forma
apropiada debemos reconsiderar cómo pensamos sobre los líderes y el liderazgo:
a qué atribuimos su existencia, su éxito, su capacidad, habilidades, etc.
En nuestros días
hay una característica menos obvia, que se muestra con menor visibilidad, pero
que está creciendo en importancia y se comienza a mostrar como uno de los
factores de éxito o reconocimiento: HUMILDAD.
Como la cáscara es
a la manzana, la confianza lo es a la humildad. ¿Y por qué afirmo esto? Porque
la confianza es una cualidad que facilita la conducta de colaboración, y deja
al margen la imperiosa necesidad del egoísmo.
Uno de los rasgos
del carácter humano es el de ser sociable, de tal manera que la confianza en
los demás (en quienes trabajan con nosotros, en la empresa y en la sociedad)
nos empuja al liderazgo de manera poderosa, porque nos orienta hacia el sentido
de la colaboración más que al de la competencia, por mucho que se haya privilegiado
a esta última en la sociedad contemporánea.
El hacer empresa
requiere confianza. Sin confianza no se sabrá hacer «empresa», sino sólo
negocios. La confianza entraña la actitud y las señales de que nadie quiere ser
más que otro. Sólo es confiable, verdaderamente confiable, el hombre humilde.
El hombre humilde no busca el dominio sobre sus semejantes, sino que aprende a
darles valor por encima de sí mismo. En la forma en que típicamente utilizamos
la palabra “humildad” tiende a sugerir pasividad o sometimiento a la voluntad
del resto y que suelen ser sobrepasados o pisoteados. Nada más alejado de estas
creencias. La humildad no es una debilidad; por el contrario, es la base de un
gran liderazgo.